Cuando el pasado marzo, la OMS decretó que el virus COVID se había convertido en una pandemia ya a nivel mundial, la más peligrosa de este nuevo siglo con diferencia, los países se mostraron preocupados por la nueva situación que se presentaba. Sin embargo, no podían prever el alcance auténtico de lo que la pandemia iba a suponer para todo el mundo. Casi un año después todavía seguimos metidos en este problema, con una tercera ola devastadora que se está llevando por delante miles de vida cada día en todo el mundo, y países que están sufriendo mucho más en estos meses que incluso en los primeros. Hemos tenido que aprender a luchar contra el COVID conforme íbamos sufriéndolo, de una manera prácticamente improvisada, pero el virus sigue ganando la partida, al menos por ahora. Las vacunas son la gran esperanza para el 2021, pero la situación sigue siendo catastrófica en muchos países del mundo.
Cuando en aquel marzo de 2020 se decretó el confinamiento en muchos países del planeta, los científicos pudieron comprobar el verdadero impacto que el ser humano tenía sobre el medio ambiente, especialmente en las ciudades. El tráfico bajó muchísimo y eso ayudó también a bajar las emisiones de gases contaminantes. La mayoría de personas que debían de ir a trabajar lo hacían en transporte público, algo que provocaba también grandes aglomeraciones. Esto es habitual en tiempos normales, pero en tiempos de pandemia puede ser un cóctel molotov, ya que meter a tantísima gente en un vagón de tren o metro no es precisamente lo más adecuado si queremos evitar contagios. Las restricciones en los transportes se han llevado a cabo para intentar proteger al máximo a esas personas que viajan en ellos, pero siguen quedándose muy cortas, sobre todo cuando no hay más transporte público de apoyo.